Spinoza y el paradigma centrado en la persona, Vol. 1, Nº 1, pp. 92-98, ISSN: 2452-5383 (en línea)
Spinoza y el paradigma centrado en la persona, Vol. 1, Nº 1, pp. 92-98, ISSN: 2452-5383 (en línea)
Claudio Rud & Viviana Rey
Asociación Casa Abierta, Argentina
“En un universo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”
Blas Pascal (1669)
RESUMEN
Queremos compartir en esta presentación, cómo la filosofía practica de Baruch Spinoza, con su visión ética, inmanente y no dualista del mundo, aporta un soporte epistemológico que da coherencia, claridad y eficacia a nuestro modo de estar y de trabajar en las relaciones de ayuda. Vamos a presentar a grandes rasgos la filosofía de Spinoza y sus conceptos fundamentales, en relación con las ideas más importantes del Acercamiento Centrado en la Persona, que inciden más directamente en nuestra tarea psicoterapéutica. Comenzaremos por un primer concepto, que, de alguna manera, nos va a permitir comprender todo lo demás.
Palabras claves: Spinoza, Rogers, enfoque centrado en la persona, psicología humanista, filosofía.
ABSTRACT
We want to share in this presentation, how the practical philosophy of Baruch Spinoza, with its ethical, immanent and non-dualistic vision of the world, provides an epistemological support that gives coherence, clarity and effectiveness to our way of being and working in helping relationships. We will present in broad strokes the philosophy of Spinoza and its fundamental concepts, in relation to the most important ideas of the Person-Centered Approach, which have a more direct impact on our psychotherapeutic task. We will start with a first concept, which, in some way, will allow us to understand everything else.
Keywords: Spinoza, Rogers, person-centered approach, humanistic psychology, philosophy.
INTRODUCCIÓN
Como profesionales, estamos comprometidos con el Enfoque Centrado en la Persona, al que ya hace años preferimos llamar Acercamiento Centrado en la Persona (ACP), con un lenguaje propio, nacido de la experiencia y del aporte de otros autores congruentes con esta mirada del mundo y de la vida.
Hemos elegido un orden particular en la exposición de los conceptos, pero nos damos cuenta que en cada paso, está el todo, cada concepto está íntimamente relacionado con todo. Como en la esfera de Pascal o el Aleph borgiano cada concepto contiene a todos los otros y cada uno de los otros permite acceder a una praxis que los contiene. Podríamos probar diferentes recorridos, empezar por otro lado, relacionarlos de diferentes maneras; comenzar con un ejemplo de la práctica y desde allí, acceder a los conceptos más fundantes desde el punto de vista lógico. O bien comenzar por la noción de sustancia única e inmanencia para luego acceder al entendimiento de aquello que entendemos como acontecimiento. Hoy elegimos este último, pensando didácticamente en facilitar la comprensión y en la utilidad de lo que queremos exponer.
INMANENCIA
Inmanencia en su etimología, (RAE) se refiere a permanecer dentro (del término latino “immanens”: el prefijo “im- “, “hacia el interior”, y el verbo “manere”, que es sinónimo de “quedarse o permanecer”). Nombra un proceso causal, en donde el efecto permanece dentro de la causa. En este sentido, se opone a trascendencia, en donde la causa queda por fuera del efecto.
Spinoza, (1977) toma este tipo de causalidad, de una manera radical: Todo lo que existe es una única sustancia, una totalidad inmanente. La causa de todo lo que existe permanece en el efecto. Esa totalidad, existe por la propia necesidad de su naturaleza, no por una causa exterior. Spinoza nombra este proceso causal como causa sui.
Inmanencia es uno de esos conceptos que tienen la característica de parecer inocuos y de resultar, luego de un análisis, claves para abordar la concepción política, social, religiosa de un autor. En principio se trata de un concepto que alude a un proceso que es por completo interno a algo, que tiene lugar por la simple relación entre sus componentes. De modo que, para explicar lo que allí sucede, no hace falta recurrir a nada exterior, ya que nada exterior o trascendente lo afecta. Pero tan importante como lo que encierra el concepto es lo que excluye. Porque inmanencia se opone a trascendencia. Cuando un proceso tiene lugar de modo inmanente, invalida cualquier tipo de intervención externa. Un proceso inmanente es, ante todo, autosuficiente. (Gustavo, 2008, p. 83).
Cada uno de esos componentes, (todas las cosas y el hombre incluido) es expresión de ese todo, que no es una totalidad indiferenciada. Su potencia es la de expresar la infinita diversidad a través de los distintos modos singulares. Entonces, no hay nada que esté por fuera de ese todo, en otro plano u otro orden.
Spinoza (1977) define el todo, como un universo absolutamente interconectado, único y actual. Lo nombra como “sustancia única”, sinónimo de Dios o Naturaleza. De esta manera se aleja nítidamente del dualismo cartesiano, (que reconoce dos sustancias separadas: (res cogitan y res extensa) que aún hoy día está presente con consecuencias en el pensamiento científico y en nuestra vida cotidiana.
El hombre pertenece a ese mismo orden inmanente; ya no se trata de pensar al hombre como un imperio dentro de otro imperio, con un lugar privilegiado en el cosmos, sino de considerarlo como un modo más entre los diferentes modos en que la sustancia única se expresa.
Ya no podemos concebirnos como individualidades, sino como expresión de relaciones, nudos de una trama mayor. De esta manera cae, otro de los dualismos, consecuencia del pensamiento dicotómico: la idea de que el otro y yo, somos individualidades separadas. Desde la inmanencia, comprendemos como el otro y yo somos expresiones diferentes de la misma sustancia y esa diferencia no implica separación, sino más bien inevitable mutua implicación y mutua potencia.
“Lejos en la casa divina del gran Dios Indra cuelga una red maravillosa que se estira infinitamente en todas direcciones. En cada nodo cuelga una joya resplandeciente. Gracias a que la red es infinitamente grande, el número de joyas es infinito. En cada joya podemos ver las imágenes reflejadas de todas las otras joyas. Cada joya contiene no solamente la imagen reflejada de todas las otras joyas, sino también de sí misma reflejada en todas las otras joyas y así ad-infinutum. El reflejo de cada joya es lo que la hace una joya, sin él no existiría. Cada joya es parte de todas las otras joyas y contiene todas las otras. Cuando alguna joya es tocada, todas las otras joyas se ven afectadas”[1].
La filosofía práctica de Spinoza, es una filosofía afirmativa; no es posible en ella entender lo que ocurre desde la negación. Un concepto que nos ayuda a comprender esto es el de conatus: la tendencia de todo lo que existe, a perseverar siendo. Otro dualismo cae: la idea de dos fuerzas creando lo viviente (eros/tanatos). Desde este punto de vista, hay una sola fuerza expresiva, que es afirmativa. La muerte, la destrucción, la comprenderemos como parte de la interacción de todo, pero ya no como ua fuerza intrínseca. Lo que existe, tiende a existir y busca aquello que lo afirme en esa acción. La vida tiende a vivir y utiliza todos sus recursos para permanecer en esa dirección, que es la de su propia afirmación, dentro de la trama total. Entonces, si todo lo que existe es afirmación, cada existente ocupa un lugar afirmativo y expresivo dentro del acontecer inmanente.
Un ejemplo de ese acontecer podría ser, cuando recibimos a una persona en consulta: suceden ahí, diferentes modos de manifestación de la multiplicidad, de formas y transformas de la singularidad, nada queda fuera de lo que llamamos “encuentro”. Todo lo que suceda será parte de la potencia compartida y la presencia, ya que todo pertenece y es expresión de esa “tendencia a perseverar en el ser”, con la que definimos el conatus.
Ya veremos como la comprensión y el entendimiento de este orden inmanente, al que el hombre pertenece, tiene profundas implicancias en nuestra tarea como terapeutas centrados en la persona y nos permite resignificar los términos de nuestra práctica, y entonces hablamos de ser en relación, de singularidades, de devenir, de acontecimiento, de transformación, de potencia compartida y de “aquí y ahora todo”.
SOMOS RELACIÓN
Toda práctica psicoterapéutica lleva consigo, explícita o implícitamente, una noción de hombre. Nosotros comprendemos al hombre, como una expresión más de la interconexión de este universo inmanente. Cada hombre en su singularidad es expresión de una trama de relaciones. Con una compleja capacidad de afectar y ser afectados. Al estar mutuamente constituidos, ya no podemos concebirnos como sujetos aislados. Nuestra esencia (aquello sin lo cual no somos) se define en esa mutua constitución, con lo cual nuestra esencia implica necesariamente, la presencia del otro, y de la totalidad.
El universo todo es un sujeto compuesto. Donde decimos hay entonces, estamos hablando de encuentros. En rigor todo lo que ocurre está constituido por encuentros, que son la manifestación de todo lo que hay. Somos un rosario de afecciones, vivimos tocando y siendo tocados por infinidad de contactos, algunos agradables, otros desagradables, otros nos resultan indiferentes. Lo que nos resultará agradable no está normatizado a priori, ni por una ley general ni por una experiencia anterior, (nadie sabe de qué es capaz un cuerpo). La idea de Inmanencia, como vimos, excluye cualquier referencia a un orden ajeno al acontecimiento.
Somos constitucionalmente seres afectivos. Es por esto que Spinoza (1977) dedica el tercer libro de su Ética a la descripción minuciosa de todos los afectos humanos, no para juzgarlos o criticarlos sino para conocerlos y comprenderlos adecuadamente. Demuestra cómo los hombres somos también modos en los que se expresa el todo. El hombre es expresión de dos de los infinitos atributos, extensión (todo lo que entendemos por lo material) y pensamiento (todo lo que entendemos como el mundo de las ideas). Esos atributos son algunos de los infinitos caminos de expresión de la naturaleza y en el hombre, configuran la experiencia total e integra. Los contactos ocurren en esa experiencia total del organismo.
Tomemos como ejemplo una botella, si la vemos desde su extensión, es una cierta organización estable de partículas en movimiento y reposo que se relacionan o encuentran con mi cuerpo (que también es una organización estable de partículas en movimiento y reposo) de una manera en particular. A esa relación e interacción corporal, le corresponde una idea de la botella en el atributo pensamiento. Entonces también me relaciono con la imagen de la botella.
Ninguna cosa vista desde esta perspectiva puede pensarse aislada o recortada. El recorte es una tarea de la imaginación (que es uno de los géneros de conocimiento que nombra Spinoza, el primero). Tendemos a imaginar que es posible lo individual, existiendo separado de su entorno. Siguiendo con nuestro ejemplo de la botella, desde la imaginación creemos que existe una botella, separada de todo lo demás, y tendemos a crear cadenas asociativas de ideas, que nos llevan a un conocimiento confuso y parcial. Cuando conocemos adecuadamente, según Spinoza (1677), comprendemos las cosas en términos de encuentro, entre los diferentes modos de expresión o singularidades y sus relaciones.
Cuando estamos frente a una persona, pasa lo
mismo que cuando estamos frente a nuestra botella, nos relacionamos con la imagen recortada, la incluimos en cadenas asociativas, y consideramos que es un otro absolutamente separado.
El conocimiento adecuado, siempre incluye o “inserta” la cosa en la totalidad, comprendemos entonces que las personas somos también parte de una red, de una trama, que somos tejido, plexo, complexo, relaciones constitutivas siempre cambiantes. Nudos de una red en transformación que se anuda y desanuda en forma incesante. Cada nudo se constituye como singularidad en relación, que desaparece como tal en el tiempo reingresando a una nueva relación constitutiva y así al infinito.
Al estar frente a otro entonces, comprendemos que aquello que definimos como identidad, en rigor es una estructura móvil, siempre cambiante, que ocurre en cada encuentro. A esto nos referimos cuando decimos que la relación funda sus términos. Cada individuo singular es un nudo de relaciones y cada relación es un nudo de individuos singulares.
Es a partir de la trama, que cada acontecimiento va definiendo quien soy y cada relación establece nuevas identidades. Uno no es idéntico a sí mismo, nuestra identidad se configura a partir de relaciones y eso es siempre cambiante. También somos parte de una complejidad mayor que es el universo, es por eso que la perspectiva del encuentro como modo de considerar el encuentro terapéutico implica necesariamente revisar la noción de identidad (Rud, 2008).
PODER Y POTENCIA
Todo lo que podemos está determinado causalmente, o sea depende, de la complejidad de relaciones de las que formamos parte en el momento presente. Esa potencia expresada, es nuestra singularidad.
Esa potencia expresada, como dijimos antes, es lo que Spinoza llama conatus: la fuerza con la que cada existente tiende a perseverar en el ser. Hablamos de una única fuerza, la de existir, la que nos conforma esencialmente y cada existente es expresión de esa potencia. El poder personal entonces, es una fuerza presente, no direccional, (no tiende a la realización de una esencia, ya que dicha fuerza es la esencia misma), expresándose (expresa todo lo que puede en acto). Ser consiente o conocer adecuadamente esa fuerza, que siempre es en relación, implica ligarla al contexto de relaciones en las que se configura.
Desde la filosofía de la inmanencia, la esencia es la potencia, y la potencia es todo lo que puedo aquí y ahora, en acto. Esa potencia siempre está plenamente expresada, y su aumento o disminución dependen del tipo de relación que establezco con todas las fuerzas expresivas presentes en el entorno. Esta manera de entender el poder en la relación, como potencia expresiva, coloca al terapeuta en un lugar de profunda implicación y compromiso en el encuentro. Más que mantenernos a distancia, nos percibimos partícipes y cooperadores de ese movimiento de transformación que ese presente vivo trae. El encuentro terapéutico es una experiencia viva, transformándose. Y nuestro poder reside en disponer nuestra potencia a asistir a lo que hay.
RECIPROCIDAD RADICAL
Como dijimos, es la relación la que funda los términos, la que permite la expresión de los mismos. En este sentido, hay ya allí una reciprocidad fundante en tanto que la relación, distribuye recíprocamente una identidad circunstancial a cada uno de los participantes del encuentro. Es decir que el contacto al menos entre dos, desnudo de toda atribución a alguna de las partes, librado de toda significación, eximido de toda finalidad, es profundamente igualitario. Esto es la reciprocidad radical a la que nos referimos.
Soy el que se constituye en la plenitud del encuentro con el otro que a su vez también se constituye ahí. Esa reciprocidad constitutiva que es originaria, funda lo que nombramos como identidad. Desde este punto de vista seguimos ampliando la comprensión de la identidad y entenderla como un fenómeno no preexistente que se constituye en cada encuentro, como multiplicidad móvil, y por lo tanto siendo siempre circunstancial.
Que el “Otro” no sea nadie propiamente hablando, ni usted ni yo, significa que es una estructura que se encuentra solamente efectuada por medio de términos variables en los diferentes mundos perceptivos – yo para usted en el suyo, usted para mí en el mío. No basta siquiera con ver en otro una estructura particular o específica del mundo perceptivo en general; de hecho, es una estructura que funda y asegura todo el funcionamiento del mundo en su conjunto. Y es que las nociones necesarias para la descripción del mundo (...) permanecerán vacías e inaplicables, si el “Otro” no estuviera ahí, expresando mundos posibles (Larrosa, 2003).
IMPLICANCIAS EN LA RELACIÓN TERAPÉUTICA
Querríamos desarrollar ahora, la articulación de algunos de los conceptos que describimos, con el paradigma centrado en la persona, especialmente vinculado a la relación terapéutica. Acercarnos a lo comprensión de esa mirada recíproca, es una toma de posición frente a la realidad y a la práctica, donde la transformación es posible, desde la mutua implicación.
Cuando estamos frente a otro en el consultorio, al igual que lo que explicábamos antes, hay en el encuentro una mutualidad radical, recíproca, inevitable, la inter-subjetividad, la inter-corporeidad, son originarias. Estamos allí, siendo otros frente a un otro, constituyéndonos mutuamente en ese presente de la relación, expresando un orden inmanente. Toda nuestra potencia está expresada allí, en comunión con la potencia del otro.
Dijimos que todo lo que existe, incluido el hombre, es esencialmente lo que puede, y eso que puede, está plenamente expresado en el aquí y ahora del encuentro. Se nos hace necesario entonces, revisar la noción de tendencia actualizante (Rogers, 1979). Comprendemos el conatus, como tendencia formativa de todo lo que hay; si todo está expresado, no hay nada en estado potencial, ya no esperamos que se actualicen potencialidades, sino que entendemos que la tendencia actualizante es la tendencia a actualizar la potencia, de acuerdo a aquello que nos es de utilidad, que siempre es tender a relaciones que aumenten nuestra plena expresión. La transforma, es esa actualización de nuestra potencia (Larrosa, 2003).
Carl Rogers (1979), explora la relación terapéutica y, considera las actitudes del terapeuta como facilitadoras de un encuentro humano transformador en donde el contacto es la primera condición. Nosotros entendemos que, en toda relación, el contacto es inevitable, y comenzamos el encuentro llevando la conciencia a esa mutua afectación (contacto). Experimentamos que las actitudes básicas son expresión de una sola actitud, que es más bien una disposición, a la que nombramos como presencia terapéutica. Como todo lo que ocurre está mutuamente constituido, dicha presencia, no es algo que ofrece el terapeuta, sino que es un acontecimiento dentro de esa mutua implicación, dentro de esa trama expresiva que es el encuentro terapéutico. Por lo tanto, no estamos hablando de dos presencias que se suman sino de una única que se expresa.
La aceptación “positiva” incondicional, es para nosotros la aceptación del proceso de ir siendo con todo lo que existe en el aquí y ahora. La vida misma es un proceso afirmativo que supera la antinomia implícita entre negativo y positivo. No se trata entonces de una aceptación “moral” como una especie de deber, sino de una aceptación que es un sí al recién llegado que es el otro y que soy yo constituyéndome ahí, de donde nacerá un lenguaje común de expresión única.
Todo lo que experimentamos en el encuentro terapéutico es afirmativo de la potencia de existir, que, desde el punto de vista inmanente, siempre está expresada en su totalidad.
Aceptar lo que el cliente sea en un momento dado, aumenta la probabilidad de que el cambio terapéutico ocurra. El terapeuta está abierto a que el consultante sea lo que sus sentimientos inmediatos le dicten. Con lo cual no hay nada que cambiar, modificar, reparar; el consultante está siendo todo lo que puede ser de manera afirmativa. Y eso es lo que aceptamos, su potencia aquí y ahora y eso es lo que comunicamos, lo que afirma; aun lo que no puede o cree que tendría que poder es una afirmación de su momento actual. Todo afirma, tanto la confusión como la claridad, la abundancia como la carencia, la alegría como la tristeza. La confianza en la tendencia actualizante, desde esta perspectiva, es la confianza en que lo que está ocurriendo es perfecto, ya que todo está expresado. No es la confianza en lo que podrá sino en lo que puede, y en lo que podemos ahí en ese encuentro íntimo y transformador. Y la aceptación incondicional, se desprende naturalmente del entendimiento de la “necesariedad” de todo lo que ocurre.
Cuando habitamos plenamente el momento presente, la transformación ocurre “naturalmente”, la noción de sí mismo se acerca cada vez más a la experiencia personal, en constante transformación; somos la experiencia, aquello que nos pasa, que nos sucede, que nos atraviesa.
DARSE A CONOCER
El éxito en la psicoterapia es facilitar el darse a conocer, tanto del consultante como del terapeuta. Darse a conocer tiene para nosotros dos sentidos, uno que pone el acento en el conocer, es el ofrecernos a esa relación, abiertos y dispuestos a conocer lo que ocurre. El otro sentido, centrados en el darse, es para nosotros el modo en que se expresa la congruencia o transparencia, otra de las actitudes que describe Rogers (1979) como facilitadoras. El terapeuta es “eficaz” cuando es su experiencia en el encuentro, y la ofrece al servicio de quien consulta. Nuestra ética se alinea en el estar al servicio, ofreciendo nuestra experiencia presente, atentos a que sea al servicio de la expresión y del cuidado del otro. Se nos hace necesario aquí aclarar que, dentro de esa línea ética, consideramos que todo terapeuta del ACP, debe apoyarse en como mínimo tres ejes que son, la formación permanente, el propio trabajo personal, y el trabajo de co-visión de la tarea. Creemos que esos tres ejes garantizan el cuidado de la experiencia de darse a conocer en la entrevista.
Desde esta mirada es otra la relación de poder que se establece, no existe para el terapeuta la exigencia de producir una respuesta, que es un mandato que impone la lógica médica que supone que debemos “curar” a quien nos consulta. Es autorizarse a estar presente, más que forzarse a hacer. Nuestra tarea entonces, es acompañar a quien nos consulta, con el rigor que implica estar presentes en ese acontecimiento con toda nuestra potencia y contemplando activamente, sin mandatos ajenos a la constitución de ese particular y único encuentro. Con la certeza en que, como decíamos, allí reside nuestra eficacia como terapeutas
“La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, o nos acontezca, o nos llegue, requiere un gesto de interrupción, un gesto que es casi imposible en los tiempos que corren: requiere pararse a pensar, pararse a mirar, pararse a escuchar, pensar más despacio, mirar más despacio y escuchar más despacio, pararse a sentir, sentir más despacio, demorarse en los detalles, suspender el automatismo de la acción, cultivar la atención y la delicadeza, abrir los ojos y los oídos, charlar sobre lo que nos pasa, aprender la lentitud, escuchar a los demás, cultivar el arte del encuentro, callar mucho, tener paciencia, darse tiempo y espacio” (Larrosa, 2003).
Habitar la experiencia de ir siendo, nos lleva nuevamente, como de la mano a comprender que somos en relación y a esa comprensión Spinoza, la llama noción común (idea adecuada) que implica un aumento de la potencia personal de cada uno de los que participamos de la relación.
Cuando conocemos mejor, comprendemos y de esta manera aumenta nuestra potencia de actuar, nuestra potencia de existir. A esta experiencia nos referimos al nombrar el suceso terapéutico: cuando la presencia "aparece", como expresión del entre y todos los que participamos del encuentro, sentimos y experimentamos el aumento de nuestra potencia de existir, una mayor lucidez, contacto y bienestar.
Es en los encuentros, y en la comprensión de los mismos como potencia de lo común, que podemos acceder la ética, y a la propuesta política de Spinoza, que para nosotros incluye además de nuestra tarea específica, un modo de estar en la vida.
COMENTARIOS FINALES
Para nosotros esta comunicación, más allá de ser un texto es un pretexto que nos permite “darnos a conocer” en nuestras búsquedas, intentando recuperar conceptualmente lo que experimentamos a diario en la consulta, ofreciendo una coherencia conceptual a nuestras integraciones desde la filosofía. Creemos que compartir el aporte de todos, es el modo de mantener vivo, el paradigma centrado en la persona.
REFERENCIAS
Deleuze, G. (1988). Diferencia y repetición. Barcelona: Júcar Universidad
Deleuze, G. (2008). En medio de Spinoza. Buenos Aires: Cactus
Larrosa, J. (2003). Entre las lenguas. Lenguaje y educación después de Babel. Barcelona: Laertes
Rogers, C. (1977). El poder de la persona. México D. F.: Manual Moderno.
Rogers, C. (1977). El proceso de Convertirse en Persona. Barcelona: Paidós Ibérica.
Rud, C. (2008). Entre metáforas y caos. Buenos Aires: Nueva generación.
Santiago, G. (2008). Intensidades filosóficas. Buenos Aires: Paídos.
[1] La metáfora de la red de Indra se desarrolló en las escrituras Avatamsaka sutra de la escuela majaiana (en el siglo tercero) y posteriormente en la escuela china Huayan (entre el siglo sexto y octavo).