Perspectiva de género y ECP, Vol. 3, Nº 1, pp. 27-43, ISSN: 2452-5383 (en línea)
Perspectiva de género y ECP, Vol. 3, Nº 1, pp. 27-43, ISSN: 2452-5383 (en línea)
Loretta Aguirre Gutiérrez
Espacio ECP - Núcleo de Estudios y Formación en Psicología Humanista, Chile
RESUMEN
El propósito de este artículo es presentar a la perspectiva de género como un enfoque directamente relacionado y compatible con el Enfoque Centrado en la Persona (ECP). La integración entre ambas visiones busca ampliar la reflexión y enriquecer el trabajo terapéutico mediante la consideración del contexto sociohistórico en el que se insertan las personas. Este trabajo revisa las reflexiones del propio Carl Rogers en torno a lo lingüístico y el trabajo con mujeres y grupos oprimidos. Además, se señalan aspectos generales de ambas teorías y se revisan las complementariedades y conflictos que pueden generarse. Finalmente, se presentan las consideraciones que deben existir en el espacio terapéutico, indicando los beneficios de tener en cuenta el género del o la terapeuta y del o la consultante, tanto en un trabajo individual como en el realizado en grupos.
Palabras claves: perspectiva de género, género, psicoterapia centrada en la persona, psicología humanista, Carl Rogers.
ABSTRACT
The purpose of this article is to present gender approach as a perspective directly related and compatible with Person Centered Approach. Integration between both visions seeks to broaden thoughts and enrich therapeutic work through consideration of the sociohistorical context in which people are inserted. This work reviews thoughts of Carl Rogers himself on linguistics and work with women and oppressed groups. In addition, general aspects of both theories are pointed out, and complementarities and conflicts that may arise are checked. Finally, this article present considerations that should exist in therapeutic space, indicating benefits of having knowledge and consideration about the gender of the therapist and the consultant, both in individual and group work.
Keywords: gender perspective, gender, person-centered psychotherapy, humanistic psychology, Carl Rogers
INTRODUCCIÓN
Los estudios de género han tomado cada vez más relevancia en los últimos años. De acuerdo con la Red de Historiadoras Feministas (Gálvez, 2021), “el movimiento feminista en Chile se ha masificado a partir de 2018 a un nivel que es considerado como el mejor en sus más de cien años de historia, debido a su organización y diversidad” (p. 126). Esta creciente cantidad de personas apoyando causas como los derechos sexuales y reproductivos, el fin a la violencia hacia mujeres y disidencias sexuales, entre otras, da cuenta de la necesidad de introducir las reflexiones respecto al género en los distintos espacios en la sociedad, uno de ellos, en el trabajo con personas en los espacios psicoterapéuticos.
La perspectiva de género es un enfoque que propone analizar las relaciones sociales entre hombres, mujeres y otras identidades, para dar a conocer las diferencias e inequidades vinculadas al género. Las creencias al respecto no están dadas por diferencias biológicas sino por constructos sociales, por lo tanto, las desigualdades sociales que se generan son susceptibles de ser modificadas (Serrano, 2012).
Distintas orientaciones en psicoterapia pueden realizar un trabajo que incorpore la perspectiva de género, pero la particularidad del Enfoque Centrado en la Persona (ECP) es que su comprensión del ser humano como "persona" puede ser la base de una actitud no patriarcal, al no asumir al masculino como el genérico humano (Schmid, 2004). A esto se suma que, en palabras del propio Rogers (1990), el ECP propone un proceso “revolucionario, subversivo para cualquier estructura autoritaria” (p. 75). El mismo Rogers (1990), en su experiencia con mujeres y otros grupos oprimidos, afirma que un acompañamiento preocupado por la dignidad de las personas que promueva la comunicación y permita la emergencia de los conflictos existentes, facilita que se dé una mayor autenticidad. Esto sitúa al ECP como un enfoque psicoterapéutico acorde con reivindicaciones sociales que buscan mejorar la calidad de vida de las personas.
A modo de integración de ambas perspectivas en una reflexión sobre la psicoterapia, es importante que el terapeuta trabaje en su propia congruencia para tomar conciencia de las condiciones de género y la propia socialización de roles, lo cual posibilita la simbolización y la integración organísmica, en tanto las personas poseen dimensiones tales como las relacionales, políticas, entre otras.
Si nuestro objetivo es aportar la mayor cantidad de experiencia posible en conciencia y simbolización precisa, y ser conscientes de nuestra interconexión con otros y todo el entorno, esto seguramente incluye aumentar nuestra conciencia de cómo los mensajes sobre género han moldeado, formado y afectado nuestro propio sentido de nosotros mismos y otros. (Proctor, 2008, p. 86)
Tomando en cuenta que el ECP se desarrolló a mediados del siglo XX en Estados Unidos, en un ambiente de psicoterapeutas mayoritariamente masculinos, es interesante constatar cómo el propio Carl Rogers, así como autores rogerianos posteriores, introducen la inquietud respecto al género. Considerando que un tratamiento respetuoso de las mujeres y disidencias sexuales está alineado con el ECP, se justifica una revisión de la información asociada a ambas perspectivas. En ese sentido, el propósito del presente artículo es explorar una integración entre ambas perspectivas y, por consiguiente, ampliar la mirada de los psicoterapeutas centrados en la persona. Más que una exposición desde lo conceptual, este artículo se plantea como un primer acercamiento a establecer conexiones desde los fundamentos éticos entre ambos enfoques.
Ampliar las visiones sobre lo social es particularmente relevante en la actualidad, ya que tanto la historia de la interacción humana como las principales fuentes de información, se han relacionado con un modelo social patriarcal (Macke & Hasler, 2019) en diversas culturas y grupos sociales. Incluso, la formación en salud en general, y en psicología y psiquiatría en particular, se basa en modelos derivados de la investigación principalmente con hombres (Proctor, 2001).
Ahora, en pleno siglo XXI, con acceso a diversas fuentes de investigación, es momento de promover información pertinente, responsable y constructiva que permita abordar temáticas de gran relevancia para la sociedad. No hacerlo sería una omisión que supone la perpetuación de lógicas dañinas para los distintos géneros y por ende para la sociedad en su conjunto.
A partir de la búsqueda bibliográfica, se identificó una multidimensionalidad. La primera dimensión responde a las construcciones socioculturales asociadas a los distintos géneros que permanecen hasta hoy. Junto con esto, también se toman en cuenta las dimensiones intrapersonales, al incidir las construcciones socioculturales en cómo los individuos se perciben a sí mismos, e interpersonal, en donde la comprensión de dichas construcciones puede facilitar la empatía hacia personas con realidades y necesidades diversas y diferentes a las propias. Una tercera dimensión hace referencia a cómo las actitudes de un terapeuta entrenado.
LA INQUIETUD LINGÜÍSTICA DE CARL ROGERS
A lo largo de su vida, Carl Rogers aprendió cada vez más sobre perspectivas de género, especialmente gracias a la influencia de su hija Natalie. En la introducción al libro El camino del ser, el autor dice:
He adquirido una mayor sensibilidad con relación a la desigualdad lingúística entre los sexos. Creo haber tratado a las mujeres con igualdad, pero sólo en los últimos años he adquirido plena conciencia de lo insultante que puede ser la utilización de pronombres masculinos, en manifestaciones de significado genérico. (Rogers, 1986, p. 4).
Algo similar plantea Rogers (1990), en una nota inicial de su libro El Poder de la Persona, donde propone escribir en femenino todas las referencias generales a las personas en un capítulo y en masculino al siguiente capítulo, alternando de esta manera durante todo el libro. Esta propuesta fue recogida más tarde por autores que han trabajado desde el ECP, como por ejemplo Landreth (2012), especialista en Terapia del juego centrado en el niño y la niña, que ha escrito con ese sistema propuesto y sin perder el dinamismo del texto, tal como pretendía Rogers (1990).
A esta inquietud lingüística se suma que muchos conceptos tradicionalmente asociados al género ya habían sido puestos en duda por el ECP, por ejemplo, la empatía, la consideración positiva incondicional y la práctica de la comprensión terapéutica son cualidades que se consideraban propias de las mujeres. Este cambio radical de paradigma, y la gran influencia que comenzó a tener en casi todas las orientaciones terapéuticas, contrasta con los conceptos clásicos de psicoterapia ligados a expertos masculinos (Schmid, 2004).
COMPRENSIÓN DE LA PERSONALIDAD DESDE EL ECP
Las propuestas que ponen en duda las visiones tradicionales dan cuenta de un constante desarrollo y evolución, en ese sentido, marcan una flexibilidad y apertura que se relacionan con la visión del ECP respecto a concebir a la personalidad como proceso y no como una estructura. En otras palabras, desde esta perspectiva la personalidad no es algo estable en el tiempo, sino que está en constante cambio a partir de la interacción activa y creativa con su medio físico, social y cultural (Méndez, 2016).
En esta relación con el entorno que se efectúa desde el inicio de la vida, el ser humano va adoptando las experiencias que surgen en la interacción con el medio y debido a la necesidad psicológica de asegurarse el afecto de sus cuidadores, va orientando su conducta y construyendo un concepto de sí mismo adaptado a responder a dicha necesidad que permita su supervivencia. Con el tiempo, estos criterios se introyectan y se genera una disociación entre éstos y los criterios propios del organismo, lo cual produce un estado de incongruencia (Boric & Pacheco, s.f.). Bajo este estado, la actualización de la persona puede no concordar con lo que experimenta realmente, ya que una persona bajo un estado de incongruencia es alguien con dificultad para tomar decisiones propias, puesto que pierde la confianza en sí mismo, no desarrolla valores basados en su experiencia, siente angustia, no logra estabilidad y, en síntesis, “no es psicológicamente libre” (Winkler & Chacón, 1991).
Cuando el yo va integrando en su estructura la totalidad de su experiencia, es cuando la persona avanza hacia un funcionamiento congruente. Este individuo está más abierto a sus experiencias, más confiado en su organismo y con una necesidad cada vez menor de aprobación o pautas externas (Winkler & Chacón, 1991). Para Rogers (1980a), la persona que finaliza con éxito una experiencia terapéutica debiera sentirse segura, realista, creativa y con consciencia de su propia capacidad de desarrollar sus potencialidades, lo cual le facilita el desarrollo de una fuente de valoración interna.
La psicoterapia es fundamental en este proceso, y con el fin de generar un ambiente facilitador para la persona, Rogers (1980b) plantea las condiciones necesarias y suficientes del cambio terapéutico de la personalidad: que dos personas estén en contacto psicológico, ya que el cambio ocurre sólo en una relación; que la persona que consulta se encuentre en un estado de incongruencia, estando vulnerable, con ansiedad o con miedo; que la terapeuta sea congruente o integrada en la relación, sin engañar a su cliente en lo que respecta a sí misma; que el terapeuta experimente un aprecio positivo incondicional por el cliente, durante muchos momentos de su contacto con él; que la terapeuta experimente una comprensión empática del marco de referencia interno de su cliente y se esfuerce por comunicarle a ella tal experiencia; que la comunicación del cliente de la comprensión empática y el aprecio positivo incondicional del terapeuta se logre y se perciba en un grado al menos mínimo.
ROGERS Y EL DESARROLLO DE LA INDIVIDUALIDAD DE LA MUJER
La explicación respecto al conflicto entre los criterios propios y los externos es necesaria para comprender el trabajo terapéutico con mujeres que presentó Rogers (1973), en su libro El matrimonio y sus Alternativas, donde constata la vulnerabilidad existente en las parejas jóvenes y especialmente en las mujeres, ante la presión social de casarse. Mediante la exposición de distintos casos, plantea la importancia de que cada mujer se escuche a sí misma para tomar decisiones correctas para ella, en vez de iniciar una relación de pareja formal sin querer hacerlo realmente.
Rogers reconoce en este libro que "los roles de comportamiento fijados por la sociedad para el hombre y la mujer, marido y esposa, constituyen un pesado fardo para el individuo" (1973, p. 54). Por ejemplo, revisa "la pérdida del propio yo" (p. 22) en una mujer independiente que al casarse cree que debe adoptar un papel de apoyo al marido, "viviendo su vida a través de él", pero generando resentimiento a través del tiempo a causa de ello. Esto parece ser una experiencia común en la época, la de sentir que la identidad propia se acababa para la mujer una vez casada. Al permitirse explorar esto en terapia, las mujeres descubrían que debían prestar más atención a sus propias sensaciones y sentimientos, para basar allí sus decisiones más que en las opiniones externas.
El autor plantea esto como un desarrollo que beneficia a las mujeres, pero también a los demás. Contrario a los cánones de la época, sostiene que el desarrollo de la individualidad de la mujer y que ésta proponga sus necesidades, es lo que puede llevar a una mejora en las relaciones de pareja (Rogers, 1972/1973). Al confiar más en sí misma, la mujer comienza a intuir las respuestas más adecuadas para sí, y de esta manera se genera un cambio de dirección en su proceso vital (1972/1973).
Junto con plantear consideraciones hacia las mujeres que fueron inusuales para la época, Rogers dirigió la dedicatoria de El matrimonio y sus Alternativas a su esposa Helen, llamándola "una persona por derecho propio" (1973, p. 7). Entonces, si bien no es posible afirmar que Rogers se haya definido como feminista, sí se evidencia su sensibilización frente a las inquietudes respecto al género, y los ejemplos presentados se pueden asociar con los planteamientos emancipatorios de las reivindicaciones feministas actuales.
DIÁLOGO ENTRE LOS GÉNEROS Y LAS PERSPECTIVAS
Es importante que los hombres también se planteen estas inquietudes, “desarrollando un nuevo sistema de valores masculino no dominante, previamente desconocido, en lugar de cultivar estrategias de defensa” (Schmid, 2004, p. 9). Esto aporta a un cambio de paradigma social, y también contribuye a que los hombres desarrollen una nueva comprensión de sí mismos, y en diálogo con las mujeres (2004). La necesidad de promover esta actitud en psicoterapia radica en que el apoyo a los consultantes “no se logra al mantenerse al margen, sino al involucrarse en la relación terapéutica que incluye la transparencia como hombre o como mujer” (2004, p. 9).
No es lo mismo ser un hombre, ser una mujer o identificarse con otro género. Los aspectos específicos de género al ser una persona, de acuerdo con lo que plantea Schmid (2004):
Han sido ignorados durante tanto tiempo, debido a una falta de comprensión de la calidad de lo personal. Así, es relevante observar que la dimensión de la autonomía (tradicionalmente atribuido a los hombres), se mantuvo durante tanto tiempo en el primer plano de la teoría de las terapias en general. (p. 4)
Tampoco es lo mismo ser terapeuta formada/o en ECP que con conocimientos de género. Ambos enfatizan la importancia de trabajar dentro del marco de referencia de la persona, por ejemplo, de una mujer, validando la forma en que conceptualiza su mundo y teniendo el propio terapeuta en cuenta cómo construye el suyo propio (Smailes, 2004). Sin embargo, si bien el ECP apunta a esa comprensión de cada individuo, “potencialmente lo descontextualiza de su marco de género” (2004, p. 5). Entonces, informar sobre ambas apunta a establecer puentes de complementariedad entre una teoría rogeriana que ha sido criticada por ignorar las variables políticas “en favor de una consideración positiva incondicional idealizada y libre de valores”, mientras que la teoría feminista insta a los terapeutas para tener en cuenta el sistema de creencias sociales (2004).
Pero ambas perspectivas son compatibles, ya que se aportan valores y se enriquecen mutuamente. La misma tendencia actualizante, que es una fuerza que se direcciona y expande hacia el crecimiento y la actualización de potencialidades, también muestra que las visiones centradas en la persona están abiertas a una continua elaboración, debido a la comprensión en el desarrollo del ser humano (Schmid, 2004). Además, cabe entender que justamente el situarse en el marco de referencia de la otra persona, lleva a la necesidad de respetar su proceso incluso si ello no le lleva, por ejemplo, a una comprensión del feminismo como una forma de ampliar la aceptación de sí misma (2004). Pero una o un terapeuta entrenado en ambas perspectivas podría albergar la creencia de que es positivo que su consultante sí reconozca su experiencia de esa manera, lo cual evidencia que la integración de ambas puede estar en grado variable y podrían entrar en conflicto, respecto a la capacidad de trabajar sin juzgar (2004).
Un acercamiento a la resolución de dicho conflicto puede encontrarse en el mismo Rogers (1981), cuando recuerda que la aceptación del otro “tal cual es” involucra confiar en cualquier dirección que la persona desee dar, incluso si las decisiones que tome parezcan ir en contra de ella misma o de su libertad, ya que lo que la persona irá integrando en su proceso es lo que va surgiendo de ella, y no lo que se pueda intentar forzar desde una visión externa. Esta aceptación permite dar espacio a la capacidad del individuo de desarrollar su potencialidad de una manera constructiva: “En la medida que acepta que el cliente elija la muerte, éste elige la vida” (1981, p. 56).
CONSIDERACIONES PARA EL ESPACIO TERAPÉUTICO
La o el terapeuta sensibilizado con ambas perspectivas puede ser de cualquier género, si bien caben consideraciones específicas dependiendo del género que tengan tanto terapeuta como consultante. Es importante tener en cuenta los estereotipos de género porque podrían influir en las expectativas de quienes consultan y en cómo se desarrolle la relación terapéutica, considerando que, aunque las y los mismos terapeutas desarrollen mayor conciencia y un estilo no autoritario, no necesariamente es como las y los consultantes los van a percibir (Proctor, 2008).
Aceptar que la masculinidad hegemónica ha situado a los hombres como figuras tradicionales de autoridad y la prevalencia de violencia física y sexual hacia las mujeres, lleva a tener en consideración el género de quienes participan en la relación entre terapeuta y consultante. Así, por ejemplo, un terapeuta hombre pudiera tener que estar más atento a tener cualidades tales como la calidez o la empatía, para trabajar en que su consultante mujer lo perciba como una figura que le otorgue seguridad (Proctor, 2008) o una terapeuta mujer que atiende a un consultante hombre, quizás deba estar atenta al rol de género de preocuparse por otros, descuidando sus propias necesidades. Y puesto que en el ECP se sigue la dirección del consultante, la terapeuta mujer debe estar atenta a sus propias necesidades y limitaciones, y tenerlas en consideración al chequear la actitud del consultante hombre (2008).
Al unir ambas perspectivas se hace relevante considerar la historia personal del terapeuta y no sólo del consultante, respecto a su comprensión y actitud hacia la socialización y las expectativas de los roles de género (Proctor, 2008). Parte de esta toma de consciencia viene a evidenciar las dinámicas de poder que se pueden generar, para evitar que se vean reforzados mensajes específicos referentes al género (2008).
Entonces, es esencial que los psicoterapeutas actualicen su formación en temáticas como las de género, ya que de otra forma podrían tener creencias, mitos e incluso prejuicios que, sin intención, interfieran en la apertura hacia el mundo interior de las y los consultantes y, por ende, afecten la escucha de su sufrimiento y experiencia. La psicoterapia recibe al otro en su singularidad, pero también es un diálogo de los significados atribuidos a lo expresado en el espacio terapéutico (Bruns, 2011). Entonces, cuando un terapeuta actualiza sus teorías y técnicas y las sitúa en reflexión junto a valores sociales emancipatorios, puede sintonizar con las subjetividades de quienes acuden a terapia, lo que facilita el acompañamiento en el proceso de avanzar desde un estado de ansiedad, soledad o pérdida de significado vital, hacia un funcionamiento más congruente (2011).
UNA PERSPECTIVA EMANCIPATORIA EN EL TRABAJO CON GRUPOS
Este trabajo terapéutico sintonizado con las necesidades del otro se puede efectuar tanto con individuos como con más de una persona. Especialmente en la etapa final de su trabajo, para Rogers fue muy importante el trabajo con grupos. Dice el autor que "los cambios revolucionarios en los grupos sociales se producen mejor, y son más duraderos, por las actitudes sutiles, difíciles y aparentemente 'ineficientes' comprendidas dentro de un enfoque centrado en la persona" (Rogers, 1990, p. 88). Esto establece una oportunidad para trabajar dinámicas como las de género, tanto en grupos mixtos como en grupos de mujeres y/o de disidencias sexuales, incluso si se manifiestan situaciones conflictivas en donde esté presente la agresividad, ya que “la rabia necesita ser oída” para ser “aceptada, integrada y comprendida” (Rogers, 1990, p. 93).
En una dinámica grupal, si el facilitador escucha y acepta en forma respetuosa todas las actitudes y sentimientos, pueden surgir sentimientos suprimidos durante mucho tiempo, y al encontrar que esto es aceptado y comprendido, más miembros se sentirán libres de expresarlo, se desarrollará mayor confianza, respeto y eso facilitará el avance hacia pasos más innovadores, responsables y constructivos. (Rogers, 1990, p. 79).
Además, al ayudar a que cada parte pueda enfocarse en sus sentimientos de desconfianza y de sentirse heridos, el conflicto se redefine y cada grupo puede satisfacer sus necesidades sin pasar a llevar las del otro. En síntesis, hay un cambio profundo “cuando a cada una de las personas se les da el poder para ser todo lo que ellas son -sentimientos, temores, ideas, esperanzas, desconfianzas-. De esta forma se llega a una decisión sobre una base humana” (Rogers, 1990, p. 87).
El proceso de convertirse en persona se ve atravesado por factores externos, tales como las limitaciones sociales y políticas, entonces el ECP tiene un claro potencial para proporcionar espacio para que las mujeres y el resto de las personas simplemente “sean”. Esto encuentra un buen complemento en la perspectiva de género, que sitúa los significados dentro de un contexto y al mismo tiempo “honra la realidad individual de la mujer y su comprensión de su mundo” (Smailes, 2004, p. 11). De esta forma, combinar ambas perspectivas puede generar que las mujeres puedan comenzar a hacer conexiones con su experiencia con algunos de estos discursos, en lugar de individualizarlos como su problema. Así, una flexibilidad suficiente permite utilizar ambas perspectivas y mantener el foco en la persona (2004).
CONCLUSIONES
El sufrimiento es parte de la condición humana y varía de acuerdo con los determinantes de cada individuo, tales como las variables sociales, económicas y de género, siendo estas últimas las que se consideran en el presente artículo. Si bien las emociones son universales para el ser humano, los conflictos y la forma en que son expresados varían de acuerdo con el género.
Por ejemplo, aunque las mujeres son quienes registran mayor cantidad de depresión y otros trastornos del ánimo, esto se explica en parte porque son ellas quienes consultan más, ya que los hombres suelen buscar menos ayuda psicológica, ya que esto significaría mostrarse como seres débiles y eso les dificulta una expresión más integral de sus emociones (Álvarez et al., 2014). A esto se suma que la tasa de mortalidad por suicidio en población general es cuatro veces mayor para los hombres que para las mujeres (OCDE, 2013), y respecto al método para quitarse la vida, los hombres ocupan métodos más violentos y letales que las mujeres (Guajardo, 2017). Entonces, las estadísticas muestran que sí es relevante considerar al género, y para todas las personas puede ser beneficioso reconocer estas estructuras sociales internalizadas, y tomar consciencia de que es posible una desidentificación de estas visiones hegemónicas (Zigliotto, 2016).
Dicho lo anterior, cabe preguntarse cuál es el sentido de conocer las dos perspectivas presentes en este artículo. Un terapeuta centrado en la persona, ¿necesita conocer la perspectiva de género para ser sensible frente a esas comunidades? o ¿una suficiente profundización en el ECP bastaría?
Considerando que parte de la base del ECP son las condiciones necesarias y suficientes del cambio terapéutico de la personalidad, trabajar desde el ECP, en teoría, debiera ser suficiente. Sin embargo, la perspectiva de género añade información relevante que aumenta la comprensión del marco de referencia del otro y, por ende, mejora las posibilidades de generar un buen trabajo con mujeres y disidencias (y con hombres que posean inquietudes asociadas al género). Más aún, considerando que el desarrollo de una o un terapeuta no es un trabajo acabado, sino que es un proceso, en donde las condiciones necesarias y suficientes se presentan en grado variable, y por lo tanto el conocer diversas realidades enriquece su desempeño.
También es necesario considerar que, si bien el ECP cuenta con sustento teórico para afrontar diversas realidades desde una postura psicoterapéutica amplia y comprensiva, no posee un abordaje específico de mujeres y disidencias sexuales como sí ya existe, por ejemplo, en la terapia afirmativa (Monte, 2020). Eso lleva a que los terapeutas del ECP pueden complementar y enriquecer su trabajo con personas, cuando deciden informarse sobre estos temas.
Esta reflexión se hace necesaria, puesto que la variable de género no es un detalle menor, incluirla o excluirla va a producir efectos diferentes en la terapia, y desde ese punto de vista, estas reflexiones son un acto de responsabilidad hacia la profesión y hacia los consultantes.
No hay terapia que no incluya la variable género: la diferencia radica en el grado de conciencia que como terapeutas tengamos acerca de cómo ella está interviniendo en la problemática por la que nos consultan y en la relación que se crea entre terapeuta y paciente. (Daskal, 2021, p. 41)
Tener en cuenta una visión de género disminuye los obstáculos en el desarrollo y actualización de las y los consultantes, lo cual facilita que las personas regresen a criterios propios y a un estado más congruente que permita la toma de decisiones propias. Justamente, el ECP busca quitar obstáculos para el desarrollo de las personas, a través de una visión de confianza frente a la toma de decisiones e interacciones que las personas puedan generar (Rogers, 1990).
El propósito de este artículo ha sido presentar una integración general de ambas perspectivas y qué es lo que cada una aporta a la otra. La revisión teórica sustenta la compatibilidad entre ambas, ya que se presentan valores en común y se plantean diferencias que pueden entrar en un diálogo fructífero, tanto en lo teórico como en el trabajo concreto que se realiza en psicoterapia.
El propio Rogers (1986) planteó inquietudes respecto a lo que él llamó una desigualdad lingüística entre los sexos, para luego considerar necesario el desarrollo de la individualidad de la mujer, en una época en que esto no era prioritario. Esto y los pensamientos de Rogers (1990) frente a la necesidad de considerar a los grupos oprimidos, sienta las bases de una serie de reflexiones necesarias para el mundo actual, apuntando a un profundo respeto al proceso de cada una de las personas que, en su diversidad, puedan tener un acercamiento a un espacio terapéutico.
La emancipación de los géneros, tales como la abordada en el feminismo o en la exploración de nuevas masculinidades, se vinculan con el ECP en un sentido de explorar una nueva comprensión de sí mismo, más allá de los estereotipos patriarcales tradicional de los roles y el poder. Trabajar desde el ECP permite ir desarrollando una comprensión de cada ser humano respecto a la propia sensibilidad, a las posibilidades de actualización y de toma de decisiones, que sin duda se ven limitadas en muchos casos debido al contexto sociohistórico, pero que dentro de ciertas posibilidades siempre es posible de desarrollar.
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